lunes, 2 de noviembre de 2009

CUENTACUENTOS, una historia digna de una obra literaria.

Imaginen una época sin televisor y sin radio. ¿Qué haríamos en esas circunstancias para matar el aburrimiento y el marasmo ?. Es dificil pensar en esto, porque es cierto que en muchos hogares de nuestra ciudad se venera ahora a la televisión y a la radio como una suerte de padres sustitutos. Lamentablemente, muchas veces, estos artefactos son los encargados de dar la educación que un padre debe dar, pero no dá por cuestiones de trabajo u otras actividades.
Quizás debamos recordar que esta época existió y no fue hace mucho, ha pasado menos de medio siglo desde que la llamada caja boba invadió los hogares limeños y peruanos, y también debemos acotar que existían muchas formas de entretener a un niño, y lo mejor era que ellos se divertían y a la vez aprendían, por lo cual tampoco tratamos de aseverar que todo tiempo pasado fue mejor, sin embargo podemos aseverar que al menos si más consecuente.
Este relato podría empezar como: érase una vez en una ciudad en plena efervescencia unos niños muy extraños, ellos, a diferencia de los niños que nacerían cincuenta años después, no conocían un maravilloso como terrible invento que haría poco pensativas sus mentes: el televisor. Y es que a estos niños les apasionaba la lectura, sus héroes no eran personajes inventados con un claro objetivo marketero, sino que se peleaban por ser el Quijote y Sancho, Sherlock Holmes y Watson y sobretodo amaban las interpretaciones que ciertos caballeros hacían. Estos caballeros creaban mundos de fantasía en base a sus historias favoritas, creando un momento máginco con la expresión de su voz, el lenguaje de su rostro y su cuerpo, y captando la atención de su público con determinados toques de sondios fabricados para ese memento. Ese momento mágico era recompensado con una pequeña propina bien merecida. Estos caballeros eran conocidos como LOS CUENTACUENTOS.
Estos fantásticos personajes, quienes generalmente eran estudiantes de literatura, se encargaban de interpretar la obra que los niños le pidiesen, como un magnífico monólogo, y era así como pasaban de ser el valiente Aquiles al malvado Lobo Feroz. También solían interpretar historias propias con lo cual encandilaban a los niños, quienes veían en ellos un claro ejemplo a seguir.
Conforme fue pasando el tiempo los Cuentacuentos adquirieron gran popularidad y se les veía en las bibliotecas y auditorios donde grandes y pequeños acudían y aplaudían. Gozaban con estos singulares personajes, que algún desorientado adulto podría tomarlos por locos. Pero muchos pensarían hoy que menos cuerdo sería estar encerrado con un aparato como una TV, pero ese es un tema que se tocará más adelante.
Si bien es cierto que las condiciones laborales permitían a los padres poder llevar a sus hijos a ver a los cuentacuentos, también es cierto que los gobiernos de aquella época promovían una mayor cantidad de lecturas a los pequeños, quienes se entusiasmaban ante esto. Esta semilla florecía en los campus universitarios, cuna de grandes literatos de los cuales hoy nos enorgullecemos.
Pero algo pasó y quizás la respuesta tenga que ver con los gobiernos militares que tomaron el poder, usaron el nuevo invento televisivo como una distracción adictivo, con lo cual los padres ahorraban en atender a los niños, y a su vez muchos eviataban sesiones de teatro y otras actvidades y les daba cierta “seguridad”, ya que no era necesario salir de casa para tener diversión, cosa que resquebrajo las relaciones familiares. Es así que los cuentacuentos vivieron su propia odisea y empezaron a escribir su propio cuento, que aún espera un final y se refugiaron en bibliotecas y salas de teatro, con contadas presentaciones, hasta que muchos tiraron la toalla ante el olvido ingrato de aquellos que habían hecho reír y que adultos no llevaban a su prole a observar lo que tanto les había dado.
Pese a esto algunos resistieron, como Job en el relato bíblico, y aún sobreviven y esperan fielmente a los niños, que son el motivo de su trabajo, aprenden nuevas técnicas para entretenerlos y se preparan para ellos. Es el caso de David Collantes, que trabaja para la Municipalidad de Santa Anita relatando cuentos infantiles en la llamada Alameda de la Cultura de este Municipio, el es estudiante de literatura de la Universidad Mayor de San Marcos y lo poco que gana le sirve para complementar su estudios, sin duda algo muy aplaudible.
Y si un niño lee esto, pues debemos decirle que lea más y que deje un rato la televisión, que tampoco queremos satanizar, porque, sino le pasará lo mismo que al pequeño Mike Tevé de la novela Charlie y la Fábrica de Chocolates, que de tanto querer estar en televisión entró dentro de una y salió pequeño como si aún siguiera en la pantalla. Así que si no desean esto, niños, a correr a la biblioteca, a leer y divertirse, desarrollar su imaginación y luego escuchar a estos simpáticos personajes que los harán, reír, gritar, llorar y un sinfín de emociones que puede crear una narración cuando está correctamente hecha.

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